domingo, agosto 20, 2006

Antivisita

Cuando Javier nos invitó a Kati y mí a la casa de su hermano, en Las Cruces, pensé que era sólo con la intención de sacarnos del estrés santiaguino. Y como nunca niego una invitación a la playa, llegamos a la estación de metro Pajaritos y nos instalamos esperando que un automovilista se apiadara de estos tres jóvenes zaparrastrosos y nos llevara hacia el litoral.Establecidos en la casa del hermano playero de Javier, salimos a pasear y a buscar "vida marina" entre las rocas. De pronto, mientras bajábamos, Javier dobla inesperadamente por una esquina y se detiene frente a una casa antigua pero muy bonita que tenía un furgón tipo pan de molde estacionado afuera.-Llegamos -nos dice.Al ver nuestra cara de desconcierto nos explica que el viaje a Las Cruces era especialmente porque quería ir a ver a Parra. ¡A Nicanor Parra! Estábamos nada menos que frente a la casa de Nicanor Parra y al lado del Parramóvil, como él mismo le dice a su furgón.-No les quise contar antes para no ilusionarlas... en una de ésas, no encontraba la casa y se habrían quedado con los crespos hechos -se disculpó.Después de gritar varios ¡aló! desde la reja, se abre la ventana que parecía ser del baño y aparece don Nica con el dorso desnudo, exhibiendo una divertida quemada de camionero. Lo saludamos, y él respondió haciendo un tímido ademán con la mano al estilo paz. Cuando le dijimos que veníamos solamente a visitarle, nos dijo que por favor volviéramos más tarde, ahora se estaba preparando para una ducha. Le propusimos volver dentro de una hora y media y él estuvo de acuerdo.Mientras esperábamos, continuamos el viaje en busca de "vida marina", sin dejar de comentar lo increíble que es Parra, y ¡quién iba a pensar que estaríamos conversando con don Nica en su propia casa!Una hora y media más tarde - tiempo que se nos hizo eterno- llegamos otra vez a la casa del antipoeta. Sonaba un tango de Piazzola muy fuerte y era difícil que lograra escucharnos. Después de mucho gritar nos dimos cuenta de que nos había oído, porque apagó la música y cerró las cortinas sin asomarse: no quería hablar con nosotros. ¡Igual nos quedamos con los crespos hechos!Bueno... mal que mal, de Nicanor Parra se puede esperar cualquier cosa. Tal vez otro día nos aparezcamos por allá.

miércoles, agosto 09, 2006

Café con piernassss

─¡Qué estái haciendo, maraca culiá! ¡Te dejo sola un ratito y ya me estái cagando!
Todos los que estábamos en el café miramos al tipo que gritaba enajenado, parado en le entrada. La señorita de colaless y taco alto que atendía la barra parecía no entender nada. Claro, si no tenía ninguna culpa, sólo se estaba despidiendo de un cliente, un oficinista que la tomaba por la cintura y le besaba ambas mejillas.
─Oye, Paula ¿será el pololo? -me preguntó, susurrando, la Raquel.
─Parece que no. Fíjate en la cara de la mina. -comenté sin despegar los ojos de la escena clímax de esa tarde.
Efectivamente la expresión de la mujer no era de ¡Me pillaste!, sino más bien de ¿Qué le pasa? Me debe estar confundiendo con alguien.
─¿Ya no te acordái de mí, puta? -gritó el tipo mientras se acercaba a la mesera y le tiraba un manotazo que ella alcanzó a esquivar.
Recién en ese momento se le ocurrió intervenir al jefe, seguido por dos clientes, que lo tomaron por los brazos y lucharon un buen rato hasta que lograron sacarlo del café, mientras él no paraba de gritar todo tipo de amenazas.
Qué raro había sido todo eso. Era la primera vez que yo entraba a un café con pierna, pero supongo que esas cosas no pasan todos los días.
Cuando Andrea, la mesera, se repuso, después de un vaso de agua con azúcar que le ofreció su compañera, pudimos conversar con ella. Nos contó que llevaba trabajando ahí una semana y que todo había sido -hasta ahora- bastante tranquilo. También nos dijo que el tipo que la atacó había sido su primer cliente. Eso fue lo que más le llamaba la atención: al parecer, el cliente se adjudicó un título especial con respecto a ella. Ni siquiera se le ocurrió que era como cualquier otro.
─Bueno, ya no importa. Lo peor ya pasó y tengo que seguir trabajando hasta las nueve. -nos comentó con resignación.
Se nos había acabado el café y ya era hora de irnos. Nos despedimos de ella y salimos. En la esquina de Catedral con Ahumada (al lado del café) estaba el tipo sentado, mirando a todos los abandonaban el local, seguramente, esperando a que saliera la mujer que, según él, lo había traicionado. Ignacio y Rodrigo no se dieron cuenta, pero la Raquel me miró como preguntando si sería bueno entrar y avisarle a Andrea. Le respondí con un gesto y ella entendió que era mejor no meterse, que ese hombre no se quedaría esperando hasta las nueve y que, seguramente, Andrea no saldría sola. Además, ya se nos hacía tarde.