miércoles, diciembre 27, 2006

Aterrizaje

Cuando abrí los ojos ahí estaba: un inmenso mar de luces tintineantes hasta donde alcanzaba la vista. El avión inició su maniobra de aterrizaje dispuesto a zambullirse de lleno en las turbulentas aguas de la megaurbe y el vértigo se apoderó de mí, no por el descenso, sino por la idea de que ne breves instantes no íbamos a ser más que una diminuta partícula en medio de todo aquel caos.

domingo, octubre 22, 2006

El hallazgo de la vida



¡SEÑORES! Hoy es la primera vez que me doy cuenta de la presencia de la vida. ¡Señores! Ruego a ustedes dejarme libre un momento para saborear esta emoción formidable, espontánea y reciente de la vida, que hoy, por la primera vez, me extasía y me hace dichoso hasta las lágrimas.

Mi gozo viene de lo inédito de mi emoción. Mi exultación viene de que antes no sentí la presencia de la vida. No la he sentido nunca. Miente quien diga que la he sentido. Miente y su mentira me hiere a tal punto, que me haría desgraciado. Mi gozo viene de mi fe en este hallazgo personal de la vida, y nadie puede ir contra esta fe. Al que fuera, se le caería la lengua, se le caerían los huesos y correría el peligro de recoger otros, ajenos, para mantenerse de pie ante mis ojos.

Nunca, sino ahora, ha habido vida. Nunca, sino ahora, ha habido gentes. Nunca, sino ahora, ha habido casas y avenidas, aire y horizontes. Si viniese ahora mi amigo Peyriet, le diría que yo no le conozco, y que debemos empezar de nuevo. ¿Cuándo, en efecto, le he conocido a mi amigo Peyriet? Hoy sería la primera vez que nos conocemos. Le diría que se vaya y que luego entre a verme, como si no me conociera, es decir, por la primera vez.

Ahora yo no conozco a nadie ni nada. Me advierto en un país extraño, en el que todo cobra relieve de nacimiento, luz de epifanía inmarcesible. No, señor. No hable usted a ese caballero. Usted no lo conoce y le sorprendería tan inopinada parla. No ponga usted el pie sobre esa piedrecilla, quién sabe si no es piedra y vaya usted a dar al vacío. Sea usted precavido, puesto que estamos en un mundo absolutamente inconocido.

¡Cuán poco tiempo he vivido! Mi nacimiento es tan reciente, que no hay unidad de medida para contar mi edad. ¡Si acabo de nacer! ¡Si aún no he vivido todavía! Señores, soy tan pequeñito, que el día apenas cabe en mí

Nunca, sino ahora, oí el estruendo de los carros, que cargan piedras para una gran construcción del boulevard Haussmann. Nunca, sino ahora, avancé paralelamente a la primavera, diciéndola: “Si la muerte hubiera sido otra...”. Nunca, sino ahora, vi la luz áurea del sol sobre las cúpulas del Sacré-Coeur. Nunca, sino ahora, se me acercó un niño y me miró hondamente con su boca. Nunca, sino ahora, supe que existía una puerta, otra puerta y el canto cordialde las distancias.

¡Dejadme! La vida me ha dado ahora en toda mi muerte.
César Vallejo

martes, septiembre 12, 2006

Un ratito con lowell

"Los amigos son tan, pero tan, espeluznantemente bellos, que yo les gritaría -¡Bienvenidos!- gozoso, lleno de lágrimas, así vinieran del infierno"
Robert Lowell

domingo, septiembre 03, 2006

Perro Muerto


Era una lesera, pero esa noche la habíamos planeado hace tiempo: como nunca salíamos a tomar algo, y nos encantaban las schoperías de mala muerte, decidimos ir al Súper 10, un bar bien rasca y simpático que queda cerca de mi casa y que, por la pinta, no podía ser caro.
Cuando pedimos una cerveza de litro, la garzona nos dijo que ahí sólo vendían de 660 cc y que valían $1.000. ¡¡¡Mil pesos una chela mediana!!!
-¿Y el pitcher de Escudo? -pregunté tratando de encontrar alguna solución.
-Tres mil, pero es de Cristal. No trabajamos con Escudo.
-¡Pfffffff!¿Qué hacemos? -le dije a mi novio (debería decir ex novio, estamos hablando del año 2004, pero eso no va al caso) esperando que él decidiera... mi presupuesto era más bien escuálido.
-Un pitcher, una chorrillana grande y un Belmont corriente de veinte, porfa -contestó con seguridad, dirigiéndose a la garzona.
-Okey -se limitó a decir ella y se retiró.
-¿Estái seguro? ¡Es carísimo! Y ni siquiera sabemos cuánto vale la chorrillana. ¡Debe costar una fortuna!
No me dijo nada y preferí no insistir. Total, él sabía lo que hacía.
Cuando probé con desconfianza la cerveza (nunca me ha gustado la Cristal), me llamó la atención no haberla sentido tan mala. Para qué hablar de la chorrillana: era enorme y estaba buenísima. Lo único que me preocupaba era cómo íbamos a pagar esa cantidad desmesurada de dinero. Ya. No importa -pensé-. Ahí veremos. Mientras tanto hay que disfrutar lo que tenemos. Y eso hice.

Después de un rato, ya casi no nos quedaba cerveza, la comida se había acabado y estábamos realmente ebrios. La preocupación monetaria regresó de pronto.
-¿Qué vamos a hacer? Ya vamos a tener que pedir la cuenta.
-No te preocupís, Paula. Ahora
voy a tomar tu mochila y voy a salir. Tú espera tres minutos, no más, y salís. Si alguien desconfía y te pregunta por mí, dile que estoy en el baño. En todo caso, es re improbable... nunca piensan mal de las minas.
-¿Me estái hablando en serio? -pregunté con una mezcla de espanto y excitación .
-Sí -respondió secamente, tomó mi mochila y salió rápido.
Yo quedé desconcertadísima, pero hice lo que él me dijo y, cuando por fin estuve afuera, reunida con él, nos pusimos a correr lo más rápido que pudimos. Claro, qué más podíamos hacer.
Nos metimos en el Hamburg Schop, otro local del mismo estilo y que queda cerca del Súper 10. Teníamos la adrenalina efervescente.
-Un pitcher, una chorrillana grande y un Belmont corriente de veinte -le pidió al garzón.

domingo, agosto 20, 2006

Antivisita

Cuando Javier nos invitó a Kati y mí a la casa de su hermano, en Las Cruces, pensé que era sólo con la intención de sacarnos del estrés santiaguino. Y como nunca niego una invitación a la playa, llegamos a la estación de metro Pajaritos y nos instalamos esperando que un automovilista se apiadara de estos tres jóvenes zaparrastrosos y nos llevara hacia el litoral.Establecidos en la casa del hermano playero de Javier, salimos a pasear y a buscar "vida marina" entre las rocas. De pronto, mientras bajábamos, Javier dobla inesperadamente por una esquina y se detiene frente a una casa antigua pero muy bonita que tenía un furgón tipo pan de molde estacionado afuera.-Llegamos -nos dice.Al ver nuestra cara de desconcierto nos explica que el viaje a Las Cruces era especialmente porque quería ir a ver a Parra. ¡A Nicanor Parra! Estábamos nada menos que frente a la casa de Nicanor Parra y al lado del Parramóvil, como él mismo le dice a su furgón.-No les quise contar antes para no ilusionarlas... en una de ésas, no encontraba la casa y se habrían quedado con los crespos hechos -se disculpó.Después de gritar varios ¡aló! desde la reja, se abre la ventana que parecía ser del baño y aparece don Nica con el dorso desnudo, exhibiendo una divertida quemada de camionero. Lo saludamos, y él respondió haciendo un tímido ademán con la mano al estilo paz. Cuando le dijimos que veníamos solamente a visitarle, nos dijo que por favor volviéramos más tarde, ahora se estaba preparando para una ducha. Le propusimos volver dentro de una hora y media y él estuvo de acuerdo.Mientras esperábamos, continuamos el viaje en busca de "vida marina", sin dejar de comentar lo increíble que es Parra, y ¡quién iba a pensar que estaríamos conversando con don Nica en su propia casa!Una hora y media más tarde - tiempo que se nos hizo eterno- llegamos otra vez a la casa del antipoeta. Sonaba un tango de Piazzola muy fuerte y era difícil que lograra escucharnos. Después de mucho gritar nos dimos cuenta de que nos había oído, porque apagó la música y cerró las cortinas sin asomarse: no quería hablar con nosotros. ¡Igual nos quedamos con los crespos hechos!Bueno... mal que mal, de Nicanor Parra se puede esperar cualquier cosa. Tal vez otro día nos aparezcamos por allá.

miércoles, agosto 09, 2006

Café con piernassss

─¡Qué estái haciendo, maraca culiá! ¡Te dejo sola un ratito y ya me estái cagando!
Todos los que estábamos en el café miramos al tipo que gritaba enajenado, parado en le entrada. La señorita de colaless y taco alto que atendía la barra parecía no entender nada. Claro, si no tenía ninguna culpa, sólo se estaba despidiendo de un cliente, un oficinista que la tomaba por la cintura y le besaba ambas mejillas.
─Oye, Paula ¿será el pololo? -me preguntó, susurrando, la Raquel.
─Parece que no. Fíjate en la cara de la mina. -comenté sin despegar los ojos de la escena clímax de esa tarde.
Efectivamente la expresión de la mujer no era de ¡Me pillaste!, sino más bien de ¿Qué le pasa? Me debe estar confundiendo con alguien.
─¿Ya no te acordái de mí, puta? -gritó el tipo mientras se acercaba a la mesera y le tiraba un manotazo que ella alcanzó a esquivar.
Recién en ese momento se le ocurrió intervenir al jefe, seguido por dos clientes, que lo tomaron por los brazos y lucharon un buen rato hasta que lograron sacarlo del café, mientras él no paraba de gritar todo tipo de amenazas.
Qué raro había sido todo eso. Era la primera vez que yo entraba a un café con pierna, pero supongo que esas cosas no pasan todos los días.
Cuando Andrea, la mesera, se repuso, después de un vaso de agua con azúcar que le ofreció su compañera, pudimos conversar con ella. Nos contó que llevaba trabajando ahí una semana y que todo había sido -hasta ahora- bastante tranquilo. También nos dijo que el tipo que la atacó había sido su primer cliente. Eso fue lo que más le llamaba la atención: al parecer, el cliente se adjudicó un título especial con respecto a ella. Ni siquiera se le ocurrió que era como cualquier otro.
─Bueno, ya no importa. Lo peor ya pasó y tengo que seguir trabajando hasta las nueve. -nos comentó con resignación.
Se nos había acabado el café y ya era hora de irnos. Nos despedimos de ella y salimos. En la esquina de Catedral con Ahumada (al lado del café) estaba el tipo sentado, mirando a todos los abandonaban el local, seguramente, esperando a que saliera la mujer que, según él, lo había traicionado. Ignacio y Rodrigo no se dieron cuenta, pero la Raquel me miró como preguntando si sería bueno entrar y avisarle a Andrea. Le respondí con un gesto y ella entendió que era mejor no meterse, que ese hombre no se quedaría esperando hasta las nueve y que, seguramente, Andrea no saldría sola. Además, ya se nos hacía tarde.